Al hilo de la lectura del muy recomendable “1917. El estado catalán y el soviet español” (Ed. Espasa, Barcelona 1921), de ROBERTO VILLA GARCÍA, surgen inevitables reflexiones, relacionando esa época y la presente. Aunque sea fuerte la tentación, dejemos al margen consideraciones sobre algunos de los protagonistas de aquel difícil trance, ulteriormente encumbrados en historiografías sectarias o sesgadas, o sobre la “deslealtad inadmisible” (tomamos prestada la expresión a SM el Rey) que mostraron muchos de ellos. Lo cierto es que el régimen de la Restauración, que ofrecía unos márgenes razonables de institucionalidad democrática, homologables con los de otros países occidentales, sufre una grave crisis cuyas secuelas, a la postre, resultarían devastadoras.
Pero de lo que se trata es de traer a colación cuanto el libro aborda sobre la institución militar. El fenómeno de las juntas de defensa -objeto de conocidos estudios de autores como CARR, SECO SERRANO, BUSQUETS o FINER-, surgidas en 1916 en la oficialidad, supone un verdadero cáncer en 1917, afectando a los principios de unidad, jerarquía y disciplina en el seno del Ejército de Tierra (tuvieron nula incidencia en la Marina y en la Guardia Civil), con reivindicaciones no sólo relativas a la carrera militar, pues derivaron en presiones de clara naturaleza política, ajenas al adecuado papel castrense en una monarquía constitucional. En paralelo, los suboficiales iniciaron un movimiento de carácter sindical, abortado por la Real Orden de 4 de enero de 1918. Las juntas de oficiales desaparecieron en virtud de Real Decreto de 14 de noviembre de 1922.
Obsérvese que en el momento más exacerbado del movimiento juntero se constituyeron en Rusia los soviets de soldados y marineros, en lo que algunos, miméticamente, vieron una oportunidad revolucionaria. El fenómeno, una auténtica gangrena en el brazo armado de la nación y del que fue nocivo exponente su líder, el coronel BENITO MÁRQUEZ, desaparece, pero dejará unos posos en la mentalidad militar de la época que no pueden considerarse positivos.
Viene esto a cuento, por desgracia, en relación con ciertas noticias que alertan de algunos movimientos, muy minoritarios pero amplificados en las redes sociales, en el seno de las Fuerzas Armadas, que pudieran integrar germen de subversión o división. La Ley Orgánica de Derechos y Deberes de los miembros de las FAS, 9/2011, de 22 de octubre, introdujo el derecho de asociación (con el precedente de la Ley Orgánica 11/2007, relativa a la Guardia Civil), respecto del que se formularon críticas fundadas en posibles riesgos para la unidad y la disciplina connaturales al pilar del Estado al que incumben misiones tan relevantes como las consignadas en el artículo 8 de la Constitución.
Pero los diez años de rodaje, merced a los límites y cautelas legales, y, en general, a una hábil reconducción o metabolización de determinadas derivas, no han implicado graves perturbaciones, aunque la percepción es difícil sea la misma en la Benemérita. No obstante, no está de más recordar que en el Ejército norteamericano, que lo es de un país democrático, no existen asociaciones, canalizándose las reclamaciones de los militares a través del Cuerpo Jurídico de cada Ejército.
Ahora bien, orillando observaciones de “lege ferenda”, una cosa es la institucionalización de las inquietudes y sugerencias de los profesionales de la milicia y otra la proliferación de denuncias falsas, la ideologización partidista o el activismo criptosindical, de cuya naturaleza perniciosa y destructivas consecuencias existen elocuentes precedentes en la historia patria, como bien refleja la obra comentada.
PD.- Y como va de libros, permítase recomendar también, para las próximas vacaciones, “Madre patria” (Ed. Espasa, Barcelona 2021), de MARCELO GULLO OMODEO. Imprescindible y muy aconsejable en los tiempos que toca vivir. Feliz verano a todos.
|